Por norma general, la familia tradicional china se basaba en la jerarquía y el patriarcado, siendo la mujer, al igual que en muchas otras culturas, la figura más oprimida. Una familia adinerada podía estar conformada por hasta cinco generaciones que habitaban en la misma vivienda, compartiendo presupuesto y obedeciendo a una única figura masculina dominante (normalmente el hombre más mayor); mientras que las de menos recursos juntaban hasta tres generaciones, normalmente con la familia del marido.
La familia es una institución cuya fuerza permitió a la cultura perdurar en el tiempo, aunque arrastrando los valores del pasado, sólo adaptados (nunca cambiados o suprimidos) a las nuevas condiciones de la sociedad. Tras la Revolución de 1949, el Partido Comunista atacó a la familia tradicional proclamando la igualdad entre sexos y personas de todas las edades; aboliendo el patriarcado, el pago de una dote y los matrimonios pactados; permitiendo el divorcio en igualdad de condiciones; e imponiendo, en definitiva, un nuevo modelo de familia “basado en derechos individuales igualitarios” (Botton: 2007). A pesar de todo, seguía existiendo el control por parte de las instituciones gubernamentales, que durante la Revolución Cultural, utilizaban este poder para castigar o beneficiar a las personas por razones políticas.