De China para China: hacia el consumo interno

En las últimas dos décadas, China experimentó un rápido crecimiento gracias al grandísimo desarrollo que ha protagonizado y que ha permitido que millones de personas saliesen de la pobreza. Sin embargo, el viejo modelo económico en el que este desarrollo se basaba se está viendo infructuoso y obsoleto en los últimos tiempos, ya que se basa principalmente en las exportaciones e inversiones dirigidas por el gobierno.

La crisis económica iniciada en el año 2007, como es bien sabido, adquirió dimensiones mundiales y, como es lógico, China no se libró tampoco de sufrir las consecuencias en su propia piel. Una economía que en el caso de este país asiático se veía alimentada básicamente gracias a las exportaciones y que se vio seriamente afectada cuando éstas se desplomaron. Como consecuencia, miles de fábricas cerraron y millones de chinos perdieron sus empleos.

Ante la precaria situación, el gobierno del país respondió con una inyección de 600 mil millones de dólares y préstamos proveídos por los bancos estatales. Esta fue una solución a corto plazo que, en cambio, no podría sostener al país de forma permanente, por lo que se les forzó a buscar otro tipo de medidas a adoptar para reflotar el consumo y la economía. Uno de los estudios que trataban este tema es el McKinsey Global Institute, que hablaba de los escenarios principales sobre los que habría que iniciar las actuaciones con el objetivo de aumentar las tasas de consumo del país chino en los próximos quince años, y que, a grandes rasgos, se basaba en el aumento del consumo interior.

¿El objetivo? Darle una mayor autosuficiencia al país y desvincularlo de la dependencia que tiene en la actualidad de la exportación de producto; o lo que es lo mismo, proporcionarle a china la estabilidad económica, una mayor eficiencia en el aprovechamiento de sus recursos, la creación de más puestos de trabajo y proteger al país y sus habitantes de las fluctuaciones económicas que se dan con mayor o menor frecuencia en los demás países del mundo. Una transformación que se tiene que fundamentar en una lucha política, económica y social; estimulando el gasto privado, cambiando la estructura económica base del país y adaptando las instituciones y configuración gubernamentales.

Según un estudio del McKinsey Quarterly acerca del Paradigma de Consumo en China, para “tratar de impulsar el consumo privado, los responsables políticos de China se enfrentan a un desafío único”, ya que en el caso de este país el consumo privado se encuentra especialmente estrangulado. Aunque de acuerdo con los datos, China es el quinto país del mundo con mayor mercado de consumo, en relación al total de la población de la nación y su nivel económico, los usuarios chinos consumen muy por debajo de sus posibilidades. Con un PIB de tan sólo el 36%, China tiene la cifra más baja de las primeras economías del mundo (exceptuando Arabia Saudí) y, de hecho, sus tasas de consumo se han visto disminuidas en las últimas décadas, y de manera mucho más remarcada desde el inicio de la crisis. En gran parte esto se debe a las estructuras económicas del país, a los fallos de los sistemas sociales y de bienestar social (la jubilación, la sanidad…), y a la forma del pensamiento de la población china, que tiene una espectacular capacidad de ahorro.

Parece que la solución al problema radica en el apoyo al consumo, la mejora de las infraestructuras y en los cambios en las políticas sociales y económicas. Sin embargo, la verdadera solución sólo puede ir ligada al conjunto de la población china y a su cambio en la percepción y conductas de consumo, un cambio que implicaría acabar con las costumbres adquiridas con los años, pero que sin duda ayudará a alcanzar los beneficios asociados a esa mayor independencia económica.

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